Florida es un buen ejemplo de lo que ocurre en los Estados Unidos ahora. Ahí, un consagrado político republicano ha sido desplazado por un desconocido del Tea Party (un movimiento que surgió en gran medida en respuesta al paquete de estímulo fiscal del presidente Obama del año 2009, cuyo nombre es basado en la Boston Tea Party de 1773), un candidato demócrata se encuentra castigado por la impopularidad de la gestión de la Administración federal, y ríos de dinero corriendo en la campaña como si se tratase esta de una votación crucial sobre el destino de la nación. Y puede que lo sea porque de ella depende la gobernabilidad de la primera potencia mundial y la posible consagración de una ideología extremista que podría tener émulos en otros países.
En estas elecciones se eligen 435 miembros de la Cámara de representantes, 36 escaños del Senado y 37 puestos de gobernador entran en juego multitud de factores que frecuentemente no están conectados entre sí. Desde la II Guerra Mundial, sólo en dos ocasiones ha triunfado el partido que ocupa la Casa Blanca, y es más que probable que una vez más no gane el partido presidencial: los demócratas se preparan para una fuerte derrota que les hará perder la mayoría en la Cámara de Representantes y, probablemente, también en el Senado.
La derrota en sí misma, no representa un cambio dramático, pero lo que hace las elecciones de este año potencialmente mucho más trascendentes son los movimientos que se han venido dando, sobre todo en el campo conservador, en los meses anteriores a la jornada de votación.
Así en Florida, el gobernador de Estado Charlie Crist, un republicano muy exitoso que sonaba como candidato presidencial, tenía que ser el aspirante republicano para el escaño del Senado, pero basto con un mero gesto, un abrazo con Barack Obama, en una de sus visitas al Estado, para que quedara descartado. El movimiento Tea Party le acusó de traición y decidió apoyar a su rival, un joven desconocido de origen cubano Marco Rubio.
De repente, el poder de un político sin ninguna experiencia anterior y con un mensaje limitado a su fe en Dios y en la patria que acogió a su familia, cuyo programa se reduce a repetir el lema del Tea Party -contra los impuestos, contra el Estado, contra el socialismo-, subió rápidamente. Derrotó en las primarias a Crist, quien, frustrado y arrinconado, decidió continuar su batalla como candidato independiente. Hoy Rubio aventaja en las encuestas por 15 puntos a Crist y por más de 20 al candidato demócrata, Kendrick Meek.
Eso se debe a los apoyos recibidos por Rubio convertido casi en un símbolo del Tea Party . De hecho, para su campaña recibió más dinero que jamás se había invertido en ello antes. En septiembre, Karl Rove creó en Florida una sucursal de su American Crossroads, una organización formalmente sin ánimo de lucro –y por ello, autorizada a mantener en secreto la identidad de sus donantes- que el antiguo consejero político de George Bush puso en pie en 2009 para aglutinar las toneladas de dinero en contra de Obama.
Crossroads ha gastado cientos de miles de dólares en anuncios a favor de Rubio y en contra de Crist y del presidente. Nunca comicios en Florida han estado tan influidos por dinero de fuera de sus fronteras estatales.
La combinación de la energía del Tea Party con la masiva afluencia de dinero constituye la gran novedad de esta campaña. El Tea Party aporta las ideas, Rove, el dinero. Es la reunión del conservadurismo primitivo y extremo de las bases republicanas con la versión más pura del conservadurismo neocon.
Muchas fuerzas se reúnen detrás del Tea Party y muy probablemente va a ser el Congreso más conservador de la historia de EE UU. Más de 30 candidatos del Tea Party pueden llegar a la Cámara baja, hasta ocho tienen posibilidades de acceder al Senado y llegan con la voluntad de ejecutar el sueño fanático nacido en la América rural y antiintelectual, una América castigada y desorientada ahora por la crisis económica.
Fuente ==> El País
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