¿Por qué vivimos?
Primero, viajemos en el tiempo.
Vamos a imaginar que somos siervos de la Edad Media. Dios y el Rey son razones de nuestras existencias. Puede que tengamos consciencia de que el rey y la nobleza quién deciden de nuestras vidas (y muertes) son usurpadores, que nuestra situación es injusta y que no puede ser Dios quién decidió tal desequilibrio. Sin embargo, creemos en Dios, lo que nos ayuda a soportar la dureza de nuestra existencia. Además no tenemos tiempo como para reflexionar sobre la vida, hay que sobrevivir, por eso vivimos en la inmediatez. El rey y la nobleza sí que tienen más tiempo para ello, pueden divertirse, luego también aburrirse (a lo mejor recuerdas “lector” lo que Baudelaire dijo sobre el Tedio o aburrimiento, peor de todos los vicios aquí en castellano o aquí o también en francés). No obstante, estos siguen pensando que Dios rige el mundo, que da a la vez un sentido y una dirección a sus vidas (ya sé que doy aquí una visión bastante ingenua del pasado, pero bueno, sólo se trata de imaginar, nada más). Con el paso del tiempo y el avance de la Historia (que como bien sabemos no tiene marcha atrás ni en la realidad como tampoco en las consciencias o en la percepción del mundo), la visión que uno tiene del mundo y de su vida cambia. La tierra es redonda, nacen o se establecen en la estructura social los conceptos de "Libertad”, del “Yo”, de “Democracia” (¡Fuera reyes y dioses!, aunque hasta en las democracias de hoy, Dios sigue teniendo a veces gran parte de la palabra), y finalmente “Dios ha muerto” (F. Nietzsche) y el rey ha sido degollado. ¡Llega el tiempo de la República!
Un siglo más, desarrollo de lo económico, el poder cambia de manos y, finalmente, entramos en el siglo más mortífero de la humanidad, en el cual el hombre, de verdad, se convierte en un lobo para el hombre, todo ello siguiendo nuevos “ideales” como “Igualdad” y “Nación”, (aunque detrás de ello sigue siendo el mismo “ideal” de siempre que todo lo maneja, el ansia por el Poder).
Y luego venimos nosotros, a la vez herederos de la representación judeocristiana de la vida y del más allá (un paraíso que nos espera, lo de hacer el bien y no el mal: no hagas…) y de la carnicería del siglo XX.
Después de la Segunda Guerra Mundial, poco a poco se va a despertar una nueva esperanza, u otra felicidad: la del consumo y de la productividad, la libertad de poseer, de consumir, los “treinta gloriosos años”. Vuelve una cierta cohesión social, la de participar al renacimiento y al avance tecnológico. En el año 1969, el hombre llega a la luna, las posibilidades de la Ciencia parecen seguir una expansión sin límites.
Aunque, la Ciencia no puede dar todavía un sentido a nuestras vidas ni explicarnos por qué tenemos que desaparecer y morir, nos da promesas, la de un mundo mejor y la esperanza de que dentro de poco podamos eludir semejante pregunta sobre vida y muerte. Representaría una gran victoria. Si lo que nos diferencia del animal es el hecho de que sepamos que somos (cogito ergo sum), quedamos no obstante atrapados en la red de esta conciencia: saber que somos significa también ser consciente de que vamos a desaparecer, un día u otro. Es decir, el poder de nuestra conciencia, es sólo la constatación de nuestra impotencia. Después de matar a la Superpotencia, resolver esta impotencia matando a nuestra propia muerte para vivir eternalmente representaría un paso más hacia convertirnos en la propia imagen de Dios y "matar al padre", ángeles demoniacos que pueden ahora volar con sus propias alas. (Pero aún así quedaría una pregunta cada vez más molesta, lo que luego veremos.)
Bueno, después vienen la crisis del petróleo, luego la toma de conciencia de que poco a poco andamos agotando los recursos naturales y destruyendo el planeta. El comunismo se hunde y con ello, el capitalismo, ahora casi solo, nos muestra con más claridad su cara fea. Con el neoliberalismo se desliza paso a paso la cohesión social. Queda el Yo, como unidad mínima de realidad, que puede consumir y venderse. ¿Cuánto valgo en la escala del mundo laboral? Tendrá mi mujer/marido tanto valor como Yo en la escala de la seducción? ¿Igual cambio, no? (y este tipo de reflexiones). Los únicos dueños que todavía quedan para dar sentido y dirección a nuestras vidas son “Don dinero”, y don “Yo”. (“Yo es (un) otro” como bien decía Rimbaud, pero da igual, nos hemos identificado con esta suerte de niño mimado). Ambos dioses mezclados, Yo y Dinero, son la única religión que nos queda y sin duda la más potente (hoy día parece imposible de arraigar de nuestra vida la lógica del mercado). Además, tenemos hacia otros ideales una actitud de total desconfianza, algo cómo “no vamos a caer otra vez en la trampa”. El sistema en el cual vivimos, no nos parece lo mejor posible (ni de lejos), sino lo menos peor, y no vemos salida.
Hay, no cabe duda, muchos aspectos positivos en la desaparición de "amos" simbólicos o reales. Hemos adquirido ciertas libertades, como las de pensar, votar, actuar, etc. (libertades más o menos reales). Tenemos además un “poder adquisitivo”. Tal como lo decía Immanuel Kant, “nuestra libertad se para donde empieza la de los demás” (vemos aquí hasta qué punto se considera la libertad como individual). El dinero nos permite ampliar nuestra libertad (a menudo carcomiendo la de los demás).
Pero, ¿será suficiente para nuestras conciencias, el placer del consumo, este epicureísmo reducido?
He hecho todo este recorrido (o rollo según el punto de vista) para poner en evidencia como poco a poco las respuestas colectivas o sagrados a la pregunta existencial se han evaporado dejándonos solos para contestar. Hasta el sentido que daba a la vida de cada uno el hecho de participar a un proyecto común que parecía ir hacia algo ha desaparecido. Hoy día, parece que la sociedad no va a ninguna parte, la mano invisible de los economistas no regula nada.
Creo que nunca podremos descartar la necesidad de contestar a esta pregunta: “¿Por qué vivimos?” Y es más, creo que es saludable volver a hacérsela: "¿Por qué vivimos y por qué vivo yo?" Es importante de buscar una respuesta común y una respuesta para uno mismo.
Así Jacques Brel decía: ”La mayoría de la gente tiene problemas de inmortales. A mí me parece muy saludable la idea de saber que tengo que morir.” ¿Por qué?, porque ayuda a saber lo que uno quiere hacer de su vida.
Y creo también que no existe ninguna respuesta definitiva. Por parte, la vida es en ella misma respuesta, hay momentos que son en sí mismos respuestas, momentos que dan sentido a la vida, sin necesidad de explicación, pero, por parte también, tenemos que ir en busca de una respuesta afuera y a dentro de nosotros. Pocas cosas se cumplen si uno no va en busca de ello. No hay que decir:”Si tuviera tiempo, haría…” ni tampoco “cuando tenga tiempo, haré…”, porque la cantidad de tiempo de la cual disponemos es limitada y eso suena a jamas. Luego, también habrá momentos o actos que van a dar sentido porque marcan el cumplido de algo que según nuestra representación de la vida da sentido.
Sin embargo, siempre quedará algo de sin sentido, de absurdo en el hecho de vivir. Puede que sea lo que da fuerza y raíz a la ternura, al amor, a las cosas esenciales que vivimos.
¿Por qué escribí este rollo? No lo sé, igual porque tenía ganas. Gracias por leerme, no dudéis en contestar.